La claridad como deuda pendiente en la administración pública.
En España, la comunicación de la administración pública sigue siendo una asignatura pendiente. Los mensajes dirigidos a la ciudadanía suelen estar cargados de tecnicismos, frases interminables y un lenguaje que parece más diseñado para confundir que para informar. ¿El resultado? Personas que no entienden lo que se les pide, normas que parecen un acertijo y una sensación general de desconexión entre quienes gobiernan y quienes son gobernados.
No es casualidad que muchos ciudadanos se enteren de los cambios importantes por titulares de prensa o por comentarios en redes sociales antes que por los canales oficiales. Los mensajes son tan densos y mal estructurados que terminan perdiendo su propósito: comunicar. Y lo preocupante no es solo que la gente no entienda, sino que la falta de claridad puede llevar a errores, retrasos e incluso al descontento social.
¿Qué cuesta hablar claro? Redactar en un lenguaje comprensible no solo es posible, sino necesario. No se trata de simplificar hasta perder rigor, sino de traducir los términos complejos en información útil. Porque un mensaje claro no solo demuestra respeto hacia la ciudadanía, también construye confianza.
Hoy, la administración pública tiene la oportunidad de replantear su forma de comunicarse. En un mundo donde la transparencia y la conexión directa son cada vez más valoradas, insistir en un lenguaje opaco es anticuado; y también irresponsable. Hablemos claro, porque cuando el mensaje no llega, la democracia pierde.